viernes, 24 de diciembre de 2010

RESULTADOS Y PERSPECTIVAS

No escribí casi nada. O mejor dicho, no escribí casi nada de ficción. Esto debería ir en el Debe.

Presentaron mi novela Lo que no fue en al Feria del Libro de la Habana, donde se vendieron 100 copias; acá en Buenos Aires salió mi cuarto libro, Postales Rabiosas y otros juguetes inesperadamente literarios; gané el Premio de Relatos Policiacos de la Semana Negra de Gijón con Ese nombre que fue publicado en A Quemarropa, Herederos del Kaos y Sudestada; apareció una nota sobre Lo que no fue en la revista de Casa de las Américas de octubre. Esto debería estar en el Haber.

Para el Debe: no conseguí editorial nacional a Lo que no fue ni editorial en absoluto (y no entró ni a placé en eniguno de los concursos en los que particpó) a Que de lejos parecen moscas; tuve que reconocer mi incapacidad para escribir dos de las ideas que tenía para novelas futuras.

Haber: el apoyo permanente de Carlos Salem y Leo Oyola, la invitación del Capitán Paco Ignacio, la parte que me toca de lo que está escribiendo Juan, el dialogo -todavía fragmentario y virtual- con Cristina Fallarás, Victor Redondo, Guillermo Orsi, Gaby Cabezón y Pedro de Paz.

Haber:
me contactaron de una editorial francesa para traducir Que de lejos parecen moscas. Debe: No salió porque tenía pocas páginas.

Cuando el Capitán estuvo en Buenos Aires no puede verlo, Debe. Lectores, algunos cuantos lectores nuevos, Haber.

¿Y hacia adelante? Pilas de apuntes para mi próxima novela, el proyecto de la revista Interferencia, la militancia en la Sociedad de Ecritores de Argentina, la Negra en julio.


Salud!

Buenos Aires, Diembre de 2010

sábado, 20 de noviembre de 2010

INCURSIONES EN EL SALVAJISMO DE LAS PALMERAS (o algunas cosas que no le importan a casi nadie)

1-
Corría el año 95, yo estaba fascinado –y así sigo- por la prosa oscura y perfecta de Juan Carlos Onetti, cuando apareció Confesiones de un lector, una recopilación de artículos que escribió en sus últimos años para algunas revistas españolas. Varios de los artículos de aquel libro versaban sobre su gran amor: William Faulkner, y especialmente de las infamias que se habían hecho al traducir las obras del genio norteamericano (JCO dixit).

2-
Faulkner era todavía un misterio para mí, que tenía 23 años y sólo había podido leer algún cuento policial, Santuario y El oso, una obra marginal dentro de su producción, un librito de tapas rojas editado por Anagrama. Nunca había podido, en cambio, avanzar demasiado con El sonido y la furia, aunque lo había intentado varias veces. Solía tirar el libro a la mierda mientras me preguntaba si en lugar de Benji, el idiota no seríamos el escritor o el lector, ya que no entendía un carajo de lo que estaba pasando pese a ir, digamos, por la página 40.

3-
Pero volvamos a las traducciones. Nos contaba Onetti que, por ejemplo, Light in August (Dar a luz en agosto) fue traducido como Luz de agosto o que Intruder in the dust (el intruso en la riña) se llamó El intruso en el polvo o que en varias versiones en español de The rievers (los ladrones) desaparecían los capítulos del prostíbulo de Miss Reba.
El último de los artículos del libro, Incursiones en Faulkner, termina diciendo:
Recuerdo que en una traducción firmada por Borges de Palmeras salvajes, en la parte llamada El viejo, se dice al final que el penado alto, luego de escuchar las peripecias que el Missisipi le impuso a su compañero de prisión, resumió su opinión en una sola palabra: mujeres.
Muchas veces, cuando me cuentan alguno de esos pequeños disturbios aldeanos provocados por alguna dulce señora o señorita, me he limitado a comentar la anécdota o chisme repitiendo: “mujeres, dijo el penado alto.”

Pero hoy, al documentarme muy severamente para escribir este artículo, descubro que la totalidad del comentario del penado alto fue:
- Women shit.
Con perdón de Borges.
Para los que no leyeron Palmeras salvajes: háganlo. Sólo diremos acá que tiene una de las mejores líneas de la literatura del siglo pasado:
- Yes, he thought, between greif and nothing I will take grief (Si, pensó, entre el dolor y la nada, elegiré el dolor).

4-
Faulkner escribió la novela corta Wild Palms en 1937, pero no quedó conforme con la historia tal y como estaba y decidió no publicarla. Al año siguiente creo la parte del penado alto -titulada Old Man, El viejo- y estructuró el libro con las dos historias, que se cuentan alternadamente sin rozarse salvo en los temas (el amor y el horror), y que fueron pensadas por el Gran Bill como un contrapunto que permitiera mantener la intensidad de la historia original.
El título del nuevo libro –con las dos nouvelles- iba a ser, según la voluntad de Faulkner, If I forget thee, Jerusalem (Si te olvido, Jerusalén) pero su editor, después de una ardua pelea, logró imponer Wild Palms como título general.

5-
Ahora volvamos a la sentencia final del penado (preso; convicto, en las palabras de Faulkner) alto y las interpretaciones.
Tengo dos ediciones en español del libro, las dos de Sudamericana, las dos traducción de Borges: una del ‘96 (según la primera edición argentina, de junio del ‘73), la otra de 2005. En la primera, como señala Onetti, la frase es:
- Mujeres, dijo el penado alto.
En la segunda, curiosamente, se agrega la palabra mierda. Lo que, supongo, dejaría mucho más conforme a mi bienamado Jotacarlos. Aunque, al margen de la mayor o menor literalidad, es claro que la traducción más correcta sería algo así como:
- Cosa de minas, dijo el convicto alto.
Pero el asunto no termina ahí. Resulta que en la primer edición norteamericana, de 1939, -pese a que a lo largo del texto hay otras palabras fuertes como prick o cunt, que no fueron censuradas- la línea final es:
- Women ------!, the tall convict said.
Por lo tanto, si asumimos que Borges trabajo sobre esta edición, es esperable y correcto que tradujera tan sólo Mujeres.
Con perdón de Onetti.

Buenos Aires, noviembre de 2010.

lunes, 1 de noviembre de 2010

LO QUE SUCEDIÓ. LO QUE PUDO HABER PASADO. LO QUE NO FUE (x Ingry González)

Reseña de "Lo que no fue" en la Revista Casa de las Américas (#259-260, octubre de 2010)

El Premio Literario Casa de las Américas 2009 otorgó mención a la novela Lo que no fue, de Enrique Ferrari, joven escritor argentino que tiene ya dos libros publicados: la novela Operación Bukowski, editada en 2004, y el volumen de cuentos Entonces solo la noche, publicado en 2008.

Esta es su segunda novela, que se desarrolla durante el transcurso de la Guerra Civil española. El protagonista, Miguel Di Liborio, es un argentino exiliado en Londres, hijo de padre italiano y madre polaca, que colabora en el Birmingham News. Allí, en la redacción del periódico, entre el humo de los cigarrillos y el repiqueteo de las máquinas de escribir, recibe una carta que anuncia la muerte de su mejor amigo en el frente de Atienza.

Esta noticia decide su viaje a España. Y Miguel Di Liborio –«periodista, fotógrafo, pugilista aficionado»–, se transforma en Miguel Echeverría –«miliciano, combatiente internacionalista, soldado argentino en la Cataluña revolucionaria».

El tema de la Guerra Civil española ha sido fragua para extraordinarias creaciones artísticas, ya sea en el campo de la literatura, la plástica o la cinematografía.

Son muestra de ello las obras de Luis Buñuel, Rafael Alberti, Antonio Machado, César Vallejo, Miguel Hernández, Ernest Hemingway, Pablo Picasso y tantos otros, comprometidos con una u otra ideología, que reflejaron la crudeza del conflicto, y en su totalidad comprendieron (asimilar esta palabra en todas sus acepciones) la Guerra Civil.

Esta novela de Kike Ferrari es otro capítulo más de esa gran obra colectiva. Es precisamente a partir de una fotografía de un artista valenciano, considerado uno de los iniciadores del fotoperiodismo en España, Agustí Centelles, titulada Barricada en la calle Diputación, que cuenta la historia del protagonista, uno de los tantos simpatizantes republicanos que vieron la guerra como un enfrentamiento entre «tiranía y democracia» o «fascismo y libertad».

La novela refleja las principales ideologías políticas de carácter revolucionario y reaccionario que entonces se disputaban en Europa y que entrarían en conflicto poco después: el fascismo, el carlismo, el constitucionalismo de tradición liberal burguesa y el Socialismo de Estado del Partido Comunista Español y la Komintern, y los diversos movimientos revolucionarios que convergían en la España de los años treinta: socialistas, comunistas, comunistas libertarios, anarquistas, y poumistas.

Estas profundas diferencias político-culturales que se simplifican en dos bandos: el nacional y el republicano, han permitido que el poeta Antonio Machado sintetice la visión de «las dos Españas»[2], dos señas de identidad, dos sensibilidades, que describen la fractura de España a lo largo de su historia.

Pero no crean que estamos ante una novela histórica. Para nada. La Historia con mayúsculas queda subsumida en las historias de Miguel. El eje es la esencia humana, los pensamientos más íntimos, las reflexiones vitales de los personajes, inmersos en una situación histórica determinada, y, al mismo tiempo, los juegos con los posibles pasados y presentes, donde se mezcla con agudeza, lo verdadero y lo imaginado, lo vivido y lo que a uno le hubiese gustado vivir.

De manera fragmentada se narran las varias historias que conforman la vida de Miguel: la primera y más importante, pues es el hilo conductor de la novela, es su participación en la Guerra Civil, segunda: su relación juvenil con una muchacha a quien sólo recuerda por las fotografías, tercera: su niñez en la casa de la calle Gascón, cuarta: su estancia en Nueva York y relación con Tina Modotti, y quinta: su adolescencia militante en Buenos Aires junto a sus amigos.

Intencionalmente he presentado las historias sin un orden cronológico, pues así se suceden en la novela. Kike Ferrari ha optado por iniciar en un momento trascendental de la vida de Miguel –lanoticia de la muerte de su amigo– y desde ese punto construir la historia siguiendo una estrategia discursiva laberíntica, pues los eventos se narran tanto hacia delante como hacia atrás, dilatándolos o comprimiéndolos en el tiempo y el espacio, de manera que la historia se teje a partir de sensaciones, recuerdos e imágenes que no se suceden en una continuidad, sino como chispazos de la memoria, siempre sujeta a trasmutación.

En palabras del autor: «mientras todavía haya vida –y miedo, deseo, odio– en tu cuerpo y sientas con entusiasmo y con rabia, con resignación y bronca todo lo que no sucedió, lo que pudo haber sido, pese a que la muerte en forma de balas silba a tu alrededor, vas a seguir transformándote, siendo otro y el mismo», intérprete de lo que sucedió, lo que pudo haber pasado, Lo que no fue.

Ingry González La Habana, 2010.


[1] * Enrique Ferrari: Lo que no fue, La Habana, Casa de lasAméricas, 2009. Mención en el Premio Casa de las Américas de novela

[2] «Ya hay un español que quiere / vivir y a vivir empieza, / entre una España que muere / y otra España que bosteza. / Españolito que vienes / al mundo, te guarde Dios. / Una de las dos Españas / ha de helarte el corazón», «Cantar LIII», Campos de Castilla.


domingo, 17 de octubre de 2010

LA LITERATURA -NO- ES UN COVER ETERNO (apuntes para un parricidio anunciado)

I
Si uno mira las dos fotos del reportaje a Andrés Rivera en el número 368 de Ñ
(16/10/10), podría anticipar un poco lo que va a encontrar en le texto. La primera es actual, quizá del día en que se hizo el reportaje; la otra ya es un clásico: Rivera parado en una escalera, junto a una ventana, sonriendo. Hay entre ambas fotografías unos cuantos años. Pero parece no importar, quizá porque Rivera se ha transformado en una repetición. Y lo decimos con dolor.

II
Nos venía pasando con sus libros. Los comprábamos, los leíamos, encontrábamos, claro, algunas páginas que nos recordaban que estábamos frente a un gran escritor, el mejor escritor argentino vivo, pero el resultado final era más bien decepcionante: Rivera está publicando -uno tras otro, a un ritmo frenético- unos libros que son como versiones de un plagiario de Rivera. Se transformó en su propio Danger Four, una banda de covers, una máquina de producir remakes de sí mismo.
En la entrevista dice que va a publicar dos novelas más (Kadish y SO4H2) y después se va a dedicar a leer a los otros. Dice, también, que aprendió más de Borges en una única entrevista que le hizo que de la lectura de sus libros y su poesía (sic). Habla de proverbios marxistas, de ser un escritor con las medallas colgadas de la chaqueta, del comunismo de Borges. Supone cosas como que es difícil pensar en una nación dirigida por Barak Obama a un Hemingway o qué les enseñan los maestros a los chicos en la escuela sobre la Revolución de Mayo. Y cuenta que es adicto a la televisión y suele escuchar invitados a TN para comprobar que la clase política ya no es lo que era y no sabe, ni siquiera, dónde poner las comas y los puntos de su discurso.
Pero también dice otras cosas. Y en esas cosas que dice, quizá haya que buscar una continuidad con las fotos repetidas, con los libros idénticos.

III
Rivera habla t
ambién -con sentencias o preguntas que esconden sentencias- de la literatura y el mercado editorial nacional.
Dos veces durante la entrevista Rivera reconoce que no está leyendo literatura argentina contemporánea. Para, a renglón seguido, afirmar que los escritores argentinos no tenemos nada para discutir, nada para enfrentarnos, nada para polemizar, no hay en el universo de los escritores fracciones como Boedo y Florida. O que cuando él
empezó a publicar existína las pequeñas editoriales (que al mes quebraban, dice) y que hoy, en cambio, la plaza editorial está ocupada por los sellos que provienen de España.
También se pregunta, nos pregunta, ¿quién habla hoy de Roberto Arlt?
Y a esta altura el cover de sí mismo -armado con el pesimismo ilustrado y la pregunta retórica con pretensiones filosas e incisivas- no sólo es aburrido sino que se pone reaccionario.

IV
Hace unos años, desde Juguetes Rabiosos (anoten el nombre) le pedimos a Rivera que nos escribiera un artículo sobre Juan Carlos Onetti. El artículo en cuestión, Faulkner en el Río de la Plata, terminaba preguntando -suponiendo que casi nadie- quiénes se acordaban de Onetti y Faulkner, omitiendo que, justamente, en una revista literaria de distribución gratuita hecha por escritores de entre 25 y 35 años estabamos recordándolos.
En esta misma cuerda, es que Rivera ahora se pregunta -le pregunta al entrevistador de Ñ,
nos pregunta- quién habla hoy de Roberto Arlt. Y ante la respuesta del periodista (Piglia, le dice) Rivera retruca: y cuando se muera Piglia, ¿quién va a hablar?
Entonces la pregunta sería, más bien, con quién dialoga Andrés Rivera desde el piso 12 de su departamento en el barrio de Belgrano.
Porque toda la llamada generación del 90 habla de Arlt. Porque Pablo Ramos, Fabián Casas, Ricardo Romero, Leonardo Oyola, Washinton Cucurto, Juan Terranova; todos hablan de Arlt y usan, con mayor o menor acierto, sus enseñanzas. Porque Juguetes Rabiosos revista para la que él escribió, le dedicó un número entero a Arlt, como también lo hizo Sudestada, uno de los emprendimientos culturales más interesantes del post-2001, en cuyas páginas Rivera es invitado habitual. ¿De qué cree Rivera que están hablando quienes armaron el 8vo Loco, una de esas
pequeñas editoriales que supone que ya no existen, cuando la bautizaron así?
Nadie habla de Arlt, dice Rivera.
No hay grupos como Florida y Boedo, dice.
Dice: ya no existen pequeñas editoriales.
Y es dable preguntarse si con estas posiciones estáticas y prejuiciosas no colabora, sin querer o queriendo, a invisibilizar a las nuevas generaciones de escritores que no conoce pero que existen y están laburando ahora mismo sobre su obra.
Y es muy difícil no pensar en su amigo José Luís Mangieri, que descubrió y editó escritores jóvenes hasta sus últimos días; cuesta no pensar en Ricardo Piglia, quién en una nota para Ñ (abril de 20o8) -recién llegado de Estados Unidos después de varios años de no vivir en el país- decía: traté de buscar y he estado viendo algunas revistas culturales muy interesantes, más o menos under como Odradeck, Esperando a Godot, Juguetes Rabiosos, Sudestada. Entré en contacto con ellos y tuvimos varias conversaciones.
Entonces la pregunta no es si alguien habla de Arlt o si los escritores argentinos tenemos cosas para discutir, sino quiénes son los que hoy, como escritor consagrado, Rivera considera sus otros. O la pregunta puede ser cómo sabe, cómo puede saber un hombre de 82 años que, detrás de sus medallas, decidió dejar de leer literatura argentina contemporánea, qué debates se están dando en la misma; cómo puede conocer a quienes están escribiendo, leyendo y pensando hoy.
La pregunta, muy en su estilo, es si Rivera esperará -desde el piso 12 del departamento en la calle Echeverría- que TN se lo cuente.

Buenos Aires, octubre de 2010.

sábado, 2 de octubre de 2010

"Ese nombre" en Sudestada #93

Además de notas sobre Sendero Luminosos, el arte de Oski y el Martín Fierro, entre otras, los amigos de la revista politico-cultural Sudestada (pueden espiarla haciendo click en la foto) publicaron en su número de octubre mi relato Ese nombre, acompañado por un hermoso dibujo de Ariel Tenorio.
¿Ya espiaron? Ahora cómprenla, tacaños, sale sólo 8 pesos.

Gracias, Walter

PRIMERÍSIMOS PASOS

(Con un poco de suerte y mucho trabajo, estas poco más de cien palabras que siguen seran el gérmen de mi cuarta novela. El personaje principal, Quiroga, es un viejo conocido. Veremos. Salud!)

En los cuatro casos fue igual.
Quienes estaban a unas cuantas butacas, en los alrededores, llegaron a oír apenas un estertor, un gemido ahogado y un poco ronco. Los que estaban más cerca pudieron, incluso, escuchar el sonido del líquido espeso al brotar y caer sobre el suelo sucio y el asiento de cuerina. Pero en esas salas nadie hace caso de esos ruidos.
Después, como es costumbre, vieron a uno de los dos hombres, el que estaba inclinado, levantarse apurado y dejar el lugar.
Nadie notó nada extraño, nadie escuchó nada extraño.

Nada.

Pero en menos de una hora, Buenos Aires tenía cuatro nuevos asesinatos. Cuatro tipos degollados, mientras en las pantallas -erecciones enormes, siliconas inconcebibles- las películas seguían rodando en continuado.

domingo, 19 de septiembre de 2010

"Usura", Juan Mattio en Herederos del Kaos

La gente de Herederos del Kaos, publicó un Usura de nuestro amigo Juan Mattio; un cuento de amor -y de horror, claro- con aires tangueros, o sea un cuento perfecto para este blog.

Para leerlo clickeen en la foto.


¿A alguien le suena la reseña biográfica?

sábado, 11 de septiembre de 2010

LEONARDO OYOLA sobre Postales Rabiosas y otros juguetes inesperadamente literarios

(palabras de Leo en la presentación del librito)

Estaba pensando en uno de los más grandes boxeadores de todos los tiempos que era un poeta. Era un poeta con sus movimientos pero también con sus declaraciones: Maravilla Hagler.
Él decía: yo subo al ring y veo sangre, sea mía o la de mi adversario y me convierto en toro.
Entonces mientras leía Postales Rabiosas me preguntaba, ¿qué es lo que ve Kike que lo convierte en toro? ¿Qué ve para poder escribir esas cosas que son tan sintéticas pero tienen a la vez la contundencia de Maravilla Hagler?
Y Hagler tiene otra declaración muy linda: si a mí me parten la cabeza lo que van a sacar es un guante de boxeo, porque yo soy sólo eso: boxeo.
Pensaba que si a Kike le abren la cabeza le van a encontrar lo que él declara en su biografía: mucho Bukowski, mucho Paco Taibo, el Mompracem de Sandokán que escribió Salgari, vamos a encontrar a su Juana, a Sol, vamos a encontrar una remera negra de Motörhead y también algo de lo que decía ese loco, Lemmy, que en la vida hay una sola opción: ser quien sos o hacer lo que tenés que hacer.
Y cuando uno se sienta a escribir elige ser quien es uno. Y creo que eso es lo que Kike hace, lo que lo convierte en toro.
El premio que él ganó hoy* es muy importante, más allá de la teca que es muy importante también, porque es, junto con Postales Rabiosas y todo lo que hacemos lo que nos dedicamos a esto, como el axioma de una película de boxeo, Millon Dollar Baby, la de Clint Eastwood.
Esa película tiene una voz en off magnífica de Morgan Freeman. En un momento dado ellos aceptan entrenar a la protagonista. Entonces a medianoche ella se toma un Bondi, se va a la casa (dos horas de viaje), se va a acostar a las tres de la mañana, a las seis se tiene que levantar para ser mesera y después de vuelta a entrenar. Y el narrador dice: no existe la magia en el boxeo, la magia está en iniciar un sueño que sólo uno ve.
Yo no sé si el tema de escribir pasa por un sueño o no, pero pasa por hacer lo que sólo uno ve.
Y lo bueno es que lo podamos leer, que podamos compartir lo que sólo él ve, que ustedes lo puedan leer y ver con qué se transforma en toro.
Particularmente a mí la postal que más me gustó no es una de las de boxeo sino una de la serie desde la tribuna… Ah, porque me olvidaba, si le abren la cabeza a Kike es un almohadón de plumas, pero no por el almohadón, sino por River…
Pero, bueno, decía que la que más me gusta se llama Los inadaptados de siempre, donde hay otro tema: el enemigo de mi enemigo es mi amigo, que él lo capta bien y creo que no sólo por el arte de la guerra sino porque lo habrá visto en Alien versus Predator.
Nada más.

Leonardo Oyola
Buenos Aires, 16 de julio de 2010

* Premio Internacional de Relato Policiaco de la Semana Negra de Gijón



LOS INADAPTADOS DE SIEMPRE


Iba a ser un día histórico y rarísimo aquel partido de octubre del '92. En el marco de un torneo que nunca más se jugo y que terminó a duras penas, la Copa Centenario, se enfrentaban River y Boca, en el Chiquero. En una época dominada por los triunfos de la Mugre en los superclásicos aquel lo iba a ganar River. Eso no era todo: iba a ganar en el alargue mediante lo que en todos los potreros, canchitas de papy y plazas se llamó por años, y se sigue llamando, el que mete el gol gana y que en aquel torneo se llamaba muerte súbita y después, por cierto pasado nazi de esta denominación, pasó a llamarse gol de oro. Y ese gol iba a meterlo uno de los peores centrodelanteros de la historia millonaria: el Cuqui Silvani.
Pero nada de esto fue tan extraño como lo que pasó en las tribunas.
Como era de esperar las hinchadas alentaban a sus equipos bastante menos de lo que se insultaban y amenazaban mutuamente. En la tribuna visitante hubo una escaramuza, luego otra, algunas piedras volaron por el aire. La policía no dudó y entró, en cerrada formación, dispuesta a romper espaldas y cabezas. Los Borrachos del Tablón esperaron la embestida con los dientes apretados. Y cuando la gresca estallaba, empezó a escucharse desde la tribuna ocupada por La Doce un imposible grito de guerra, un aliento inequívoco que quizá jamás volverá a repetirse:
Y pegue, y pegue,
y pegue, River, pegue

Gritaba la hinchada de Boca mientras la policía se replegaba, vencida.

viernes, 10 de septiembre de 2010

POKER DE ASES de la novela negra argentina

De izquierda a derecha: Juan Sasturain, El Gordo Soriano, Ricardo Piglia y Juan Carlos Martini (la foto sigue a un lado y al otro: el recorte es de la tijera del autor de este blog)

lunes, 26 de julio de 2010

PRESENTACIÓN DE POSTALES RABIOSAS (primera parte)

El viernes 16 de Julio presentamos POSTALES RABIOSAS y otros juguetes inesperadamente literarios, en el Hostel Cultural del barrio de Abasto. En breve subiré el video, de momento algunas fotos (gentileza de Mica Ursomarzo), con algunos de los amigos que nos acompañaron:



El escritor Leo Oyola

los ex Juguetes Juan Mattio



y Ana Marchesano



Yamila Bavio (vientos) que -junto con Sebastián Bernaccia en voz, María José Ortíz en bombo y Mariano González en bandoneón- le puso un poco de música al asunto

y el ilustrador del librito, mi hermano Juan Batista, el Negro, quien firmó (y dibujó) ejemplares

lunes, 19 de julio de 2010

POSTALES DE UNA FRÍA NOCHE DE JULIO x Juan Mattio


El viernes a la noche se presentó Postales Rabiosas de Kike Ferrari que editó la Cartonera y que fue celebrado como merecía en el Hostel Cultural.

Después de dos años y un poco, los artículos que Kike había escrito y publicado en la ya desaparecida Juguetes Rabiosos, vuelven a la vida en este libro. Estuvimos en la mesa para charlar un rato los tres ex Juguetes (Ana, Kike y yo) y Leonardo Oyola. Entre las muchas palabras que se dijeron, algunas las voy a fijar acá, para que no se me vayan.


viernes, 16 de julio de 2010

"Ese nombre" recibe el premio de relatos de la Semana Negra


El Concurso Internacional de Relatos Policíacos (en colaboración con el Ateneo Obrero de Gijón) para obras que sean rigurosamente originales e inéditas fue para Enrique Ferrari (Argentina) por Ese nombre.

Resultaron finalistas Rafael Marín (España) por 9 mm Parabellum y Javier Márquez Sánchez (España) por Charles Bronson era un cabrón; y Laura Massolo (Argentina) por El otro camino.

Compusieron el jurado Nacho Guirado (España); Eduardo Monteverde (México) y Sebastien Rutés (Francia).

Este premio de relatos alcanza su 23ª ya que se convoca desde 1988.
enlaces:
¿Lo veremos en algún diario argentino?
Agregado el 20 de julio. Nobleza obliga: Revista Ñ

lunes, 12 de julio de 2010

VIERNES 16 DE JULIO, 20 hs.


Entre marzo de 2005 y noviembre de 2007 y durante 10 números, tuve la suerte de formar parte de la revista Juguetes Rabiosos. Hoy, dos años y medio después, una selección de los artículos que escribí en la misma vuelven en forma de libro: POSTALES RABIOSAS y otros juguetes inesperadamente literarios, publicados por Eloisa Cartonera.
Y para festejarlo, y presentar el librito en sociedad nos juntaremos, el viernes 16 de julio a las 20 hs. en el Hostel Cultural, Av. Corrientes 3594.
La cosa va a ser así: charlaremos un rato con Juan, Ana (los otros ex Juguetes) y Leonardo Oyola (autor de 7 y el tigre harapiento, Santería, Hacé que la noche venga y el inminente Sacrificio).
Quienes quieran llevarse el libro, podrán hacerlo con un dibujo de su ilustrador, el Negro Juan Batista.
Yamila Bavio le van a poner música al asunto.
Habrá, claro, beberajes varios.
Los esperamos, entonces.

Salud!

LA ESCENA DEL CRIMEN, un poema del genero negro


Después de añares de no escribir en verso salió este poemita, compuesto para entrar en un concurso que organizaba El Gaviero Ediciones en el marco de la Semana Negra; haciendo trampa, claro, ya que sólo era para residentes en España.
Dado que, como era de esperarse, no gané, lo dejo acá, más como una rareza que con alguna pretención literaria.
Salud!



Un lápiz
que subrayó la frase como si el suelo se hundiera detrás de sus talones
caído junto al libro.

Un libro
a medio leer
apoliyando junto a la botella.

Una botella
en un charco de sangre y whisky
volcada junto al treinta y ocho.

Un treinta y ocho
pringoso y lleno de huellas
abandonado junto a la ventana.

Una ventana
por la que llegan la brisa y los ruidos de la calle
abierta junto a la cama.

En la cama
un cuerpo de barba mal crecida
con dos agujeros de bala.

Junto al cuerpo, nada.

lunes, 5 de julio de 2010

Ya llega "POSTALES RABIOSAS y otros juguetes inesperadamente literarios"

Empiezo a escribir y pienso con bronca que esta historia, colgada en un blog y que empieza con un mail, le podría gustar a la profesora Ludmer. Porque, se sabe, para la intelectualidad apologista de la postautonomía(1), la función de la nueva literatura (que no se deja leer literariamente) es la de usar, y dar cuenta, de las (no tan) nuevas formas de comunicación.
No contar historias, no crear personajes, no postular una poética, no: nuevas formas de comunicación.
Pero bue, qué vamos a hacer, así empezó el juego. Y la rabia.
Si leíste mi bio, acá al lado, abajo de las fotos de los libros, sabrás que durante 10 números participé de la revista Juguetes Rabiosos. Bueno, esta es, más o menos, la historia.

From: "Juguetes Rabiosos" revista@juguetesrabiosos.com.ar
CC:
Subject: propuesta
Date: Sat, 5 Feb 2005 14:15:55 -0300
Buenas sean. Mi nombre es Juan, encontré un texto tuyo (Media hora) en barcelonareview.com (también tu mail) y sino me equivoco (mejor dicho sino hay dos Enrique Ferrari escribiendo en el mismo estilo) también encontré un cuento en Sudestada. Busqué algo más en Internet y di con Un réquiem para Henry Chinaski.
Bueno toda esta enumeración de mi persecución de tus escritos es para terminar proponiéndote una colaboración para la revista que intento sacar a principios de marzo. Le he dado en llamar (con poca originalidad pero con afán de homenaje) Juguetes Rabiosos, es un intento de abrir un espacio humilde para hablar de literatura, cine, música, etc. No sé cómo te manejas con estas cosas, como ya te dije el proyecto es algo muy chico, sacada a pulmón y con ominoso destino, pero algunos números saldrán y me gustaría contarte entre los colaboradores. Espero tu respuesta si te interesa y sino, tantísimo gusto y seguiré leyéndote por donde te encuentre. Saludos, Juan.

Yo, que estaba empezando una novela, sin pensarlo mucho le contesté: ok, te mando unos cuentos y fijate si alguno te sirve.
Pero a la noche, mientras comentaba con Sol -entre las botellas y los sudores de nuestros cuerpos que se conocían desde hacía unos pocos meses- lo raro que se sentía tener lectores y lo bueno que era que alguien estuviera intentando una revista literaria, para mejor con un nombre así, se nos ocurrió que quizá, además de mandarle algunos cuentos, podía sumarme al plan rabioso nonato y mantener la mano caliente mientras la novela crecía o no.
Entonces le escribí a Juan preguntándole si había lugar para otro miembro y le mandé algunos de textos más. Su siguiente mensaje me daba la bienvenida.
Ya estábamos abordo.
Cerca de un mes después, una tarde de sábado, con el # 1 en la mano, nos vimos las caras por primera vez, en un bar de Chacarita. Estaban, si no recuerdo mal, casi todos los que serían aquella primera Juguetes que duró tres números: K-meyo, Pato, el Negro Tino, Pablito y, por supuesto, Juan y Ana. Se empezó a hablar de literatura o algo pero, promediando la segunda cerveza, el tema viró a fútbol.
Después de esos primeros tres números el proyecto se cayó. Había que barajar y dar de nuevo. Pasaron unos meses, meses en los que la amistad con Juan y Ana se fue fortaleciendo por fuera de la literatura (¿o eso pasó después?, ¿o antes?, ¿cuándo empieza a forjarse una amistad?), y al tiempo, los tres empezamos a planificar la continuidad de Juguetes. Lo cierto es que en marzo del 2006 salimos con el # 4, o el #1 de la segunda etapa, como se quiera ver.
El asunto duró casi dos años, 7 números, y pasó de todo.
Quiero decir: entrevistamos a Paco Ignacio Taibo II, el guía espiritual de la revi, con quien pasamos un sábado de cacería comprando libros usados por Corrientes; a Liliana Heker; Ricardo Piglia; Abelardo Castillo, a quien le robè dos veces la correspondencia; Andrés Rivera y a José Luis Mangieri, una tarde inolvidable de ginebra y libros en la que El Último Inmortal quiso levantarse a Ana.
Recibimos textos de Fabián Casas, Rolo Diez, Ana Ojeda, Zeki de La Gansterera, el Viejo Andrés Rivera y el Flaco Bavio.
Publicamos poemas inéditos en español de grandes amigos: Karl Marx, Ernest Hemingway, Raymond Carver y Edna St. Vicent, mientras nos peleábamos, nos divertíamos y rompíamos a cada rato las fronteras entre ficción y realidad. Porque lo más importante es que hacer Juguetes nos permitió y nos obligó a pensar la literatura -y la vida, qué mierda- de nuevo.
Qué sé yo, una aventura.
Después, por razones que nada tenían que ver con las letras, entramos en un receso, que todos esperábamos breve aunque terminó por ser definitivo. Así que, elegí algunos de los textos que había escrito, los corregí un poco y les di forma para que me los publique la Cartonera, uno de los emprendimientos socio-culturales más interesantes de los últimos tiempos.
Pasaron dos años y pico para que llegara a ser un libro. Es éste que va a salir en unos días, Postales Rabiosas.
Que no le gustaría a Josefina Ludmer, creeme.


(1) ver Josefina Ludmer, Literauras postautónomas (octubre de 2007)

REÑIDERO, de Crocop

Conocí a Crocop hace unos meses participando juntos en un concurso de novela. Leí la suya y ví que había algo ahí. Se lo dije. Teníamos algunas lecturas en común y a él parecía gustarle mi laburito, también.
Un tiempo después, ya terminado el concurso -en el que ninguno de los dos fue siquiera finlista-, me llegó este cuento, que le publicó Editorial Doble H, en el compilado Horror Hispano 3.
Uno de zomies, dijo Crocop y recelé: no es un género que me apasione.
El asunto es que el autor no me dijo toda la verdad (Reñidero no es, ya verán, exactamente un cuento de zombies) y que yo me equivoqué, montado en uno de mis (múltiples) prejuicios.
El cuento es tremendo.
Pero bueno, basta de prólogo, es el primer texto ajeno que cuelgo acá, así que se imaginarán que me parece buenísimo.
Sin más, con ustedes, Reñidero:

Todavía respiraba. Lo sujeté del hocico y le corté la yugular por debajo de la oreja con mi navaja. Fue un tajo sucio. Los espectadores gritaron creyendo que se debía a mi falta de destreza, pero yo ya lo había hecho antes. Muchas veces. Era sólo que en esta ocasión quería que doliese. Con mi último billete de cien había hecho un turulo para soplar hasta lo más hondo de los pulmones de mi último pit bull mi último resto de mi última papela, luego había apostado por él con mi última esperanza y todo lo que hizo el animal para agradecérmelo fue manchar con su sangre mi último par de pantalones.
Cargué con el cuerpo hasta el fuego y lo arrojé a la hoguera, los rescoldos me saltaron a la cara. Las llamas consumían a otros perdedores, el humo olía a gasóleo, pelo y grasa quemada. Los cuerpos carbonizados parecían sonreír sarcásticamente colmillos y sangre. Nadie vino a buscarme. El Santero solía enviar un par de matones para que arrastrasen hasta su capilla, dentro de la casa, a quienes habían contraído lo que él llamaba una deuda de alma. Atravesé la multitud que se agolpaba repartiendo sus ganancias o lamentando sus pérdidas alrededor del reñidero, mientras los amos de los perros que habían resultado victoriosos los limpiaban y enjuagaban sus heridas con ginebra. Las chicas, en su mayoría de Europa del Este, se iban desplazando hacia los triunfadores; el dinero suele terminar oliendo a coño. Sin embargo, la grada de los ricos, así llamábamos a la zona apartada del resto ocupada por modelos de veinte apenas vestidas que acompañaban a hombres de cincuenta embutidos en trajes de Armani, todo ellos rodeados por los esbirros armados del Santero, sólo había empezado a calentarse. Esperaban los verdaderos combates, en los que se apuesta con más de tres ceros. Esa noche yo formaría parte de uno de ellos.
Entré en la casa. Los sudamericanos armados que se encargaban de la seguridad me cachearon e hicieron que me vaciase los bolsillos. No tenía nada más que mi navaja, un mechero y medio paquete de Fortuna. Entre los guardianes estaba el Clavo. Movía los labios susurrando una oración que no identifiqué, mientras sopesaba el cuchillo que utilizaría poco después, intentando acostumbrarse al peso del mango y la longitud de la hoja. Me lanzó una mirada que parecía un escupitajo.

- ¿Sabes? -dijo El Santero sin girarse hacia mi, sentado entre velas y aparentemente absorto en la contemplación de su altar repleto de imágenes religiosas- Que ganen o pierdan tus perritos me importa un carajo. Ahí no hay dinero, sólo ambiente. -No respondí, seguí prestando atención a su discurso, parecia ensayado, la voz sonaba como la de un sacerdote ebrio de poder, y la túnica púrpura que vestía se agitaba al son de sus palabras-. Has contraído un compromiso más profundo de lo que puedes afrontar sólo a base de arrogancia. Ya no importa si alguna vez te fuiste de mi finca creyendo haberme ganado, con tres mil euros de mierda en el bolsillo. Tengo algo que vale mucho más que cualquier bien material.

El Santero se volvió, mostrando orgulloso por encima de su cabeza el frasco azul que contenía mi alma. Además de algún bálsamo de composición para mí desconocida, en su interior había sangre, pelo y uñas que yo mismo me había cortado y le había entregado. Era el requisito indispensable para formar parte de las veladas que organizaba en su finca, si se quería ganar dinero con las peleas de perros en Madrid, había que cumplir ese trámite. Si se perdía más de cinco veces en una noche, el alma pasaba a estar condenada. Si se pretendía recuperarla, había dos formas; pagar treinta mil euros, o formar parte de uno de los combates finales de espectáculo. Combates a navaja entre hombres desesperados.
Que yo supiera, nadie había logrado reunir el dinero suficiente para recuperar su recipiente. Según la creencia, sólo al beber su contenido, uno volvía a poseer su propio espíritu. El que salía vivo del combate, veía cómo su alma volvía a ser guardada para una nueva ocasión, la del perdedor se arrojaba a la hoguera poco antes que su cadáver. El Santero tenía un armario lleno de frascos similares. Los rosas eran de dominicanas a las que trajo aquí engañadas, les hizo entregar su alma, y las esclavizaba en puticlubs de carretera. Los azules eran de los hombres que trabajaban a sus órdenes, haciendo todo lo que él les exijiera. Los frascos blancos, almas de niños. Había muchos frascos blancos. No quise saber qué hacía con ellos.

- Mira a todos ésos –dijo refiriéndose a los millonarios que bebían copas rodeados de putas de lujo en la zona acotada al frontal del reñidero-. Altos cargos, futbolistas, productores, empresarios... ¿crees que tratarían conmigo sólo por gusto? ¿Crees que es mi carisma –utilizó un tono burlón- lo que los trae hasta aquí? ¿Crees que blanquean mi dinero, o pasan por alto mis... irregularidades, y me ofrecen sus contactos porque soy amable con ellos? -hizo una pausa interrogativa, según recuerdo, mi única respuesta fue levantar una ceja-. No. No -terminó por contestarse a sí mismo-. Ellos pueden decidir lo que vosotros, pobres desgraciados, hacéis con vuestra vida: busca un trabajo, paga una casa, sigue las normas que te dicto... Pero sólo yo tengo el privilegio de decidir sobre vuestra muerte. Nadie arriesgaría su existencia terrenal, quizá ni siquiera la de su oponente, en la arena, sólo por una cifra escrita en un cheque para diversión de esas personas tan pudientes. Ni siquiera por una ley que lo exigiera, pero yo estoy por encima de eso. Tengo control sobre el descanso o el tormento eterno -hasta ese momento había admirado su capacidad para modular la voz y adaptarse al castellano dejando de lado los modismos dominicanos de su origen, pero esta última frase me resultó ligeramente impostada-. Tú llegaste a mi casa con aires de superioridad, orgulloso y altivo. Yo veía en ti al típico sofisticado convexo atraído por el mundo oscuro que disfruta burlándose de las creencias ajenas. Cursiva
- Sólo pretendo conseguir algo de dinero sin necesidad de levantarme a las siete de la mañana cinco veces por semana -respondí por fin.
- Nada es tan fácil, ahora tendrás que pagar el precio. Tu oponente de esta noche ya está decidido -El Santero dio dos palmadas y entró el Clavo. Era un antiguo sicario al que yo había conocido algún tiempo antes. Se había excedido en una de sus palizas cargándose a una de las putas propiedad del Santero, así que le había tocado pelear esa noche. No era la primera vez que le ocurría, le había visto matar a dos contendientes, en otras veladas como aquella. Sólo era unos centímetros más alto que yo, y tampoco muy musculoso, pero corpulento. Llevaba la cabeza rapada por los lados, y tenía las manos cubiertas de cicatrices, como todos los luchadores a navaja experimentados. Su apodo venía de antiguo. Se decía que en la República Dominicana, cuando le tocaba asesinar a alguien por negocio, se excitaba tanto que tenía que clavársela al cadáver. Y que aquí, cuando se acostaba con alguna chica, tenía que mentalizarse para no terminar por matarla. A veces no lo conseguía. Entonces contraía deuda de alma. Era lo único que le asustaba. Sé que nunca hubiese reincidido de exigírsele que jugase por su vida eterna una partida de ajedrez, pero pelear a navajazos... Era una modalidad segura para él.

El público se impacientaba y no convenía que estuvieran descontentos hombres que habían llegado en coches tan caros. Empezó el espectáculo. Nos hicieron quitarnos las camisas, arrancaron un jirón de la mía, negra, y de la de Clavo, roja. Ataron con ellos las almas, que dejaron colgando junto a la hoguera. El que saliese por su propio pie tendría que recoger el frasco que contuviese la suya y arrojar al fuego la de su adversario, condenándolo así al sufrimiento eterno. El Santero se puso en el centro de la arena e inició un ritual que siempre me había fascinado. Clavo hincó las rodillas en tierra, pero yo preferí mantenerme de pie, bajando la cabeza en señal de respeto. Era una oración negra. Su voz sonaba distinta cuando la recitaba. El texto explica que el fuego se cebará con quien no se pliegue a las normas, y luego contiene una serie de torturas y mutilaciones que tendrá que sufrir en el otro mundo el pobre desgraciado que no recupere su recipiente. Una condenación inimaginable, sin esperanza, con Dios y todos los santos dándole la espalda, pisando su corazón, negándole su amor, mientras que el infierno en pleno, con Lucifer a la cabeza, se dedicará a destruirle sin posible remedio, sin redención o final para su noche roja y doliente, ése es uno de los versos. Mientras recitaba, la luz de los focos, el aire frío y el humo viciado componían la atmósfera, no había ningún ruido para arroparla. Todo el público permanecía en silencio. Las modelos se acurrucaban contra los trajes de Armani buscando una protección de la que los dueños no habrían podido aprovecharse ni con todas las pastillas azules que su Visa dorada pudiese pagar. Se sentían intimidados al entrever un mundo por encima éste, de todos los bienes que habían logrado reunir con sus negocios. Entonces, se consideraban humanos y vulnerables. Mientras, El Santero, ponía los ojos en blanco como si buscase en su interior la fuerza que ejercía sobre las criaturas del Más Allá.
Una vez terminada la liturgia, nos lanzaron un cuchillo a cada uno, pero yo pedí permiso para utilizar mi navaja y me fue concedido. Nos hicieron ponernos franqueando al Santero, para que los congregados nos viesen y pudieran hacer sus apuestas. Toda cifra era pequeña cuando lo que estaba en juego era la condenación eterna. El público había tomado por torpeza mi actuación con el perro, y sabían de la habilidad del Clavo con el cuchillo. La balanza se inclinó rápida y ostensiblemente hacia mi rival, al que quise estudiar desde mi posición. Llevaba un rosario tatuado alrededor del cuello e imágenes de santos dispersas por todo el velludo torso. Yo también tengo tatuajes. Dos caras, una en cada hombro, fue un capricho de adolescencia.
Se dio la señal. Uno de nosotros acabaría pronto con su cuerpo junto a los de los perros, y su alma sufriendo un tormento inimaginable. Me gustaría decir que fue fácil, pero recibí varias cuchilladas. La más grave me afectó a un tendón, desde entonces no puedo levantar el brazo izquierdo demasiado por encima de la cabeza, y tengo una cicatriz visible en la barbilla que a temporadas cubro dejándome crecer la barba. Sin embargo, el hecho de escribir estas líneas hace evidente que gané, por esa vez. El Clavo era un amasijo de carne e intestinos en el suelo, las lágrimas saladas debían escocer en sus heridas, los santos y cruces que adornaban su piel estaban rotos en mil pedazos, no era eso lo que le importaba. Había luchado hasta que sus manos no pudieron sujetar el machete intentando arrancarme el alma, pero ahora suplicaba piedad por la suya. No a mí, al Santero. Él, impasible, rodeado por sus amigos millonarios, hizo el gesto con el que indicaba al público menos pudiente que debía abrirme paso hasta la hoguera. Al andar entre ellos vi en sus rostros auténtico terror, iban a ver condenar un alma al fuego eterno. El crepitar de las llamas agitaba frente a mí los frascos pendientes de cintas imperfectas.
Te lo mereces –gritó alguien al Clavo.- Dios al final termina pasando factura. Llora ahora, hijo de puta. Llora. Vas a pasar llorando hasta el día del juicio final en el puto infierno.
Otros se unieron a las increpaciones, escupieron al moribundo, le lanzaron vasos y botellas. Me vino a la mente el perro al que había cortado el cuello. No creo en el arrepentimiento, pero sí en aprender de los errores cometidos. Aquella noche, no quise dar otra mala muerte al perdedor de un combate. Desaté la tira negra que sujetaba mi alma.
Y la arrojé a las llamas.
Mientras el público miraba estupefacto, tuve la sensación, sin duda debida al cansancio, la sangre y el sudor nublando mis ojos, de que los carbonizados esqueletos de los perros lamían los restos del frasco destrozado con lenguas rojas de fuego desde las cenizas. Desaté el recipiente del Clavo, fui hasta el centro de la arena entre la gente desconcertada, y se lo entregué. Logró abrirlo y beber su contenido, murió antes de poder darme las gracias. El Santero, desde la grada, rodeado por sus invitados, gritó todo tipo de maldiciones contra mí, invocó arcanos oscuros. Pero no parecían surtir efecto, me alejé andando hacia el aparcamiento, mientras el público, enfadado porque no me fulminase un rayo, o apareciesen demonios que me arrastrasen al averno, volvió su ira contra los congregados pudientes y el anfitrión. Los esbirros no podían contener a la masa, ni mucho menos venir a buscarme. Me perdí en la noche, en este mundo sólo tenía unos vaqueros manchados de sangre, en el otro... Se bajó la ventanilla de un coche de alta gama. Asomó la cara más preciosa que nunca he visto, cubierta de lágrimas negras de rimmel. Intentaba que no se notase que lloraba.
- ¿Ya ha terminado? ¡Tú eres uno de los hijos de puta que mataban perros!
- He hecho cosas peores ahí atrás
–confesé. Y confidencia por confidencia, ella, conteniendo sollozos:
- Me dijeron que era una fiesta. Sólo me dijeron eso. Una fiesta –bajé la mirada avergonzado.-Pero, ¡cómo estás! Ay, te tengo que llevar a un hospital – se percató al fin.
- No, habría que dar explicaciones –acerté a responder confundido por tanta amabilidad después del horror.
- Pues te vienes a mi casa. Sube.

Era una orden que subrayó abriendo la portezuela del coche. Estaba tan loca como para meter dentro a un asesino y llevarlo a su casa. Nunca había conocido a alguien así. Alguien que no fuera culpable.
- ¿Quiénes son ésos?- preguntó refiriéndose a los tatuajes de mis hombros.
- Sartre y Nietzsche -dije señalando a uno y otro con la barbilla.
- No los conozco, ¿qué son? Me suenan a músicos.

*
Fuimos a su casa. Yo no podía moverme. Ella lo hizo todo. No era tonta. Sólo joven. Hace más de cincuenta años de aquello. El Clavo fue el primer hombre al que maté. Yo fui la primera persona a quien ella curó, vistió, y dio esperanza. Hubo muchos, muchos otros. En su cuenta y en la mi´a.Ella siempre me ha sido fiel. Yo sigo sin arrepentirme de nada. Ahora sabe perfectamente quiénes son los hombres cuyos rostros ilustran mis hombros, nos reímos juntos de su confusión. Luego la conversación nos conduce a todo lo ocurrido aquella noche marcada por el acero en mi cuerpo y nuestra memoria. Los dos sabemos que no es así, pero, aunque nunca se lo haya confesado, desearía que El Santero tuviera razón, ahora que veo la muerte tan cerca. Cuando admiro su belleza, cada día más intensa, quisiera creer para poder rogar que todo fuera cierto.Que hubiera un mundo más allá de éste donde ella pudiera recibir una recompensa a todo lo bueno que ha hecho, aunque eso significase que yo padecería una eterna agonía con mi alma condenada. Siempre sería mejor que la atroz verdad que la razón impone. La nada que a ambos nos espera.

martes, 29 de junio de 2010

se viene SACRIFICIO, de Leo Oyola

más info sobre la segunda parte de la saga de la Víbora Blanca y un video de Leo contando de qué va la cosa en la página de Negro Absoluto





lunes, 14 de junio de 2010

LA PANDILLA: ALEX, HANNIBAL, TYLER Y LISBETH

Tarde, como casi siempre, llegué a Stieg Larsson. Ahora hace una una semana que ando enloquecido con la trilogía Millennium (voy por el principio del último tomo y ya empecé a bajar las peli), que además de unos títulos excelentes -Los hombres que no amaban a las mujeres, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina (de pie, aplausos) y la princesa en el palacio de las corrientes de aire- tiene un personaje tremendo, la haker-border-dark, Lisbeth Salander.
Pensé: una novela excelente con un(a)
psicópata adorable y una (elogiada) versión cinematográfica. Y la asociación se disparó sola.
R
ecordé entonces al adolescente que yo era cuando leí al adolescente ultraviolento que hablaba nadsat (intenté incluso una banda rockero metálica que se llamara Alex y sus Drugos), la resignificación del horror que supuso ver a Hopkins interpretando al Doctor Canibal Lecter, la envidia de escritor novato que me produjo el personaje de Palahniuk .
Una por década:
La Naranja Mecánica en los 70, El Silencio de los Inocentes en los 80 y El Club de la Pelea en los 90. Es el turno, supongo, de Millennium.
Ahora los dejo, tengo que volver a las aventuras de la buena de Sally...




domingo, 6 de junio de 2010

SE VIENE LA 23ª!


Mientras por todo Buenos Aires se sueña con estar en Sudáfrica viendo el Mundial, yo puteo por no poder ir a ver a River y fantaseo enfebrecido con una imposible viaje a Gijón el mes que viene, para la Semana Negra.
Entonces, con el fin de pasarle esta fiebre a otros, van las palabras
de su director, el Capitán Paco Ignacio, para presentar la disneylandia de niños trotskistas y adultos insumisos de este año.
Salud!

Más abajo y a la derecha de la pantalla, encontrarán el enlace permanente a la página de La Negra.

DE SÓLO PENSARLA, LA SEMANA NEGRA ME GUSTA
x Paco Ignacio Taibo II

De repente giras la cabeza y el mundo gira contigo. Once pequeñas voces revolotean en tu cabeza. A ellas se suman los ruidos del aceite hirviendo de una churrería, los ecos malignos de una tómbola y las voces de una charla que salen de la Carpa del Encuentro.
No hay sorpresa, la Semana Negra es así, impone una extraña multi-operacionalidad de los sentidos, obliga a volver el don de la ubicuidad algo normal, a escuchar tres preguntas al mismo tiempo y tener respuestas.
¿No era eso lo que queríamos?
Bajo la apariencia del caos, un nuevo orden.
A lo largo del año piso territorio en muchos festivales, encuentros literarios, ferias del libro. La mayoría me gustan. Permiten a los escritores un encuentro con la realidad, la dura realidad de los lectores. Algunas, las menos, me fastidian, tiene un tufo aristocrático, que me irrita, parecen querer separar la literatura de la vida.
Aquí, en Gijón, en la Semana Negra, estoy en casa y danzo, bailo, de tema en tema, de visión sorprendente a visión sorprendente. Del colega que me ilumina con su percepción de la literatura, del debate que me apasiona, de la exhibición de libros que opera como una tentación casi irresistible, a la parrilla donde asan doscientos chorizos, de la manera amorosa como un congoleño le quita el polvo a sus estatua de madera, de esta abundancia brutal de luz.
Y todo esto se convierte en historias, en anécdotas que voy almacenando en ese deteriorado arcón de mis recuerdos, que debe de tener muchos agujeros en el fondo.
¿Recuerdas?
Recuerdo.
El día en que el viento trataba de hacer elevarse nuestro escenario y cogidos a las cuerdas resistíamos.
Cuando descubrí la nueva literatura rusa de espionaje.
El día en que rompimos el premio Guiness de la conga más larga de Europa
La vez en que me quité los zapatos y tuve que tirar a la basura unos calcetines destrozados, con todo y un poco de mi piel.
Las charlas a la luz de la luna con mi padre.
La media hora dedicada a recuperar los cómics que me faltaban.
La gente abalanzándose sobre el libro pepsi y la señora con paraguas que quería quitarle a Mariano Sánchez Soler uno de sus ejemplares por más que argumentara que a él le tocaban dos porque era autor.
Mis gloriosas y eternas discusiones con los feriantes.
El placer de escucharle a Ángel mi poema favorito.
La la lista sigue interminable.
Sólo de pensarla, la Semana Negra, me gusta.
Qué extraña situación esta que a un director le guste el festival que dirige, que el trabajo se vuelva tanto placer.

Gijón, 2 de junio de 2010

viernes, 28 de mayo de 2010

ESE NOMBRE (un cuento)

Se pierde, porque cualquier movida que uno haga es mala.
Se pierde, no por lo que hizo el contrario, sino por lo
que uno está obligado a hacer

R. W.



Ramón elogia mi coraje.
Como buen irlandés, dice.
Es un hombre encorvado y casi calvo, al que le falta un ojo; un viejo. Yo también. Soy, de alguna manera, un profesor de inglés jubilado que vive en San Vicente y se acerca una o dos veces por semana a la plaza del pueblo a jugar o ver jugar al ajedrez.
Un mate, propone. Yo cebo.
Yo sé quién es usted, vuelvo a decir.
Ceba el mate con cuidado mientras me dice, como casualmente, mira tú, che. También dice que tengo suerte: que el no está seguro de saber quién es. No subraya nada, solamente lo deja establecido.
Entre los árboles que rodean la plaza se puede ver el cielo grisáceo, las luces pálidas de este mediodía de otoño. Desde acá es fácil amar, siquiera momentáneamente, a San Vicente. Y es una forma inconcebible de amor lo que nos ha reunido.
Así que me tomo un mate largo.
Ceba bien usted, Ramón, para ser alguien que mezcla el tuteo en su vocabulario, le digo.
Sonríe. Casi no le quedan dientes pero es su sonrisa, la sonrisa de las fotos de Salas: en el corte voluntario de caña, aquella otra detrás del tabaco. Está más viejo -mucho más viejo que yo aunque haya nacido un año después- pelado, le falta un ojo, pero no me quedan dudas: es él.
¿Y cómo sabe quién soy?, me pregunta, la bombilla ahora en su boca desdentada.
Usted no se acuerda de mí, digo, pero nos conocimos allá, en la Isla. Pienso que no puede reconocerme: yo también estoy disfrazado de viejo, un viejo profesor de inglés jubilado.
Yo era gente de Segundo, agrego.
Pienso que lo soy todavía, que siempre seré uno de los hombres de Segundo.
Segundo, repite como si bostezase, como si la voz fuera la sombra de una sombra, como si en la sola sonoridad de la palabra estuviese implicada toda la historia: la subida a la sierra, los mates compartidos y las charlas, el regreso y las cintas perdidas y la vuelta. También después el triunfo, y entonces yo, los días afiebrados de la teletipo y los corresponsales. Hasta el final, sin sombra ni huesos, en algún lugar del monte salteño.
Segundo, decimos los dos o uno de los dos. Toma mate con ira, con tristeza, sin remordimiento.
¿Cómo sabés quién soy, que no me dijiste?, vuelve a preguntar.
Porque tú supones que yo soy uno de los tipos que a veces creo ser, explica, pero mis recuerdos son confusos. Hay también allá, acá, gritos, una celda oscura, preguntas, golpes, una escuela de provincias.
Acá, allá, repite anulando de golpe la distancia, regresando o no partiendo nunca, clavado a esa Isla que no es esta plaza, no es el mate largo y espumoso que ceba.
No le digo que podría reconocerlo en cualquier lado, aunque esté avejentado, aunque los años que estuvo guardado vaya uno a saber dónde y que lo convirtieron en este anciano tembloroso con vaya uno a saber qué formas de tortura, lo disimulen bastante. Enumero, en cambio, mis sospechas: el arco sobre las cejas, el nombre, las extrañezas de su acento que es argentino pero también.
Vuelve a sonreír: y si no se ofenden las ilustrísimas señorías de Latinoamérica, dice o yo creo que dice.
¿Jugamos?, pregunta después.
Tú conoces más o menos bien este juego, ¿no?, concede.
Pienso que fundé mis sospechas también en su estilo ajedrecístico. Algo me hablaba en su juego. La forma de lanzarse, la disolución de los límites entre ataque y defensa. Recuerdo que recordé: no existen líneas de fuego determinadas, las líneas de fuego son algo más o menos teórico. Y también: tablas contra Filip en el Ministerio de Industria en el ’62 y contra Najdorf el mismo año; victoria frente a Ortega en el ’61, en 21 movidas. Todo parecía coincidir. ¿O es mi mente que quiere ver el fantasma de ese nombre recorriendo esta Buenos Aires que sólo se emociona con las gambetas del pibito que debutó el año pasado en Argentinos y los goles electrizantes de Leopoldo Jacinto Luque?
Más o menos, respondo. Y abro con Cf3.
Él juega d5. Pregunta por sus manos: qué creo que hay bajo los guantes, qué creo que le pasó a sus manos.
Yo tengo sospechas, dice, recuerdos que no sé si son tales.
También eso, digo.
c4.
Los movimientos torpes, robóticos, me dan a entender alguna clase de prótesis mecánica. Digo que para justificarse la Agencia tiene que haberle cortado las manos.
La Agencia, me interrumpe y mueve mecánicamente la mano -el guante de cuero marrón, gastado- hasta el tablero. Juega d6.
Ojala yo estuviera tan seguro, pero algo se jodió en la relojería, dice y se golpea dos veces la cabeza.
Sí -d4- pero piense: ya estamos a fines de marzo y nunca lo vi sin guantes, Ramón.
Fines de marzo. 25. Pienso que ya pasó un año. Un año. Y casi siete meses desde que Vicky se fue. Aprieto las tres copias de la Carta en mi bolsillo. Recuerdo a la compañera que tengo que ir a buscar, la cita posiblemente envenenada. Aprieto también el revolver en mi cintura.
Lo que no entiendo es cómo está usted acá, digo.
Puedo imaginarme pero, agrego.
Sí, sí, le dice más al mate o al tablero que a mí, la mirada del único ojo perdida de pronto.
Juega Cf6.
No niega nada. También eso entonces. Ramón tiene una mueca de fierro en la cara nocturna, dolorida.
Un Ford verde para en la esquina de la plaza. Los dos lo miramos y en nuestros ojos se debaten la neutralidad y el odio. Juego Cc3. Sabemos, pienso, que no es para nosotros, que no puede ser para nosotros, que cuando llegue el Ford que nos está destinado no nos va a dar tiempo de mucho. Pienso en Paco aceptando ir regalado a Mendoza con la pastilla lista, en Juan que quizá no llegue a irse por el río, de nuevo en Vicky -el camisón, la Halcón y la risa en la terraza, en su elección-, pienso en el ridículo 22 que tengo en la cintura y que sólo garantiza que, si tiro a tiempo, no me agarren vivo. No digo nada.
Él: g6.
Yo: Af4
Mirá a tu alrededor, dice mientras el único ojo que le queda en la cara se le extravía hacía afuera, ¿tu crees que si soy quien tu imaginás que soy sirve para algo decirlo ahora, acá?
Mirá, repite. Señala con la quijada el baúl del Ford que se aleja.
¿Y si no es?, me pregunto, ¿Y si no es más que un viejo maltratado, con algunos tornillos flojos, un acento extrañísimo y un vago parecido con ese otro al que no quiero dar por muerto?, ¿y si yo también estoy perdiendo el sentido de realidad?
Parece que me escucha.
Si soy, y te juro que no lo sé si, dice, ¿no sirvo más muerto?
Juega Ag7.
Muerto, pienso. Comparo al muerto heroico con este viejo desdentado, tuerto, un poco loco que juega al ajedrez con guantes de cuero marrón. Disipo la comparación agitando la cabeza. Juego e3.
¿El Gigante sabrá?, intento.
Se ríe.
Ni tantito así, dice con todo y el gesto.
Hay que escribirlo, entonces. Publicarlo.
Algún día, si soy quien vos suponés, y yo también, a veces, en ciertas pesadillas.
Ahora, me exaspero porque sé que mi tiempo se acaba.
La guerra es larga, responde sin apuro.
Usted pensaba que había que apurarse.
Sí, pero ya ves.
Af5.
Silencio.
Miro al tablero como a un extraño. Recuerdo la hora, la cita, la compañera sola, desesperada, con dos hijos y sin contactos, a Lilia que me espera para tomar el tren.
Juego Db3, pero enseguida me arrepiento y le ofrezco tablas aunque ya no sea mi turno. Acepta.
Hablo sabiendo que voy a irme con todas las preguntas sin hacer: si no volvemos a vernos, le digo, sepa que fue un gusto haber charlado con usted otra vez.
Claro, claro, me responde como si de pronto hubiera dejado de entender mis palabras. Como si ya no tuvieran, para él, sentido o importancia.
Me alejo un paso y otro. Varios metros. Entonces paro en seco y vuelvo. Todavía está frente al tablero, observando cómo quedaron distribuidas las piezas. Cuando me ve volver juega b6.
Hay que despertarlos, digo, recuerde: no siempre hay que esperar que se den todas las condiciones.
Su nombre, pienso, ese nombre.
No, dice bajando la voz, no alcanza, no sirve; no así.
No sé si habla conmigo o con el juego. Somos dos viejos en una plaza de un pueblito de la Provincia de Buenos Aires frente a un tablero de ajedrez. Sólo dos viejos. Dos viejos solos. Siento crecer la desesperación y hago un último intento.
¿Cómo, Comandante, cómo?
Levanta el guante de cuero marrón y señala al cielo gris. Yo casi presiento lo que va a decir. Adivino que el movimiento de la mano demarca un espacio de 330 mil kilómetros cuadrados en algún lugar de Asia. Señala, su mano, sonrisas ambiguas, pisadas nocturnas en la selva húmeda, espaldas maternas cargando obuses, una bandera roja flameando sobre Hué bajo una lluvia incesante de napalm; pero también soldados -rubios y negros- soldados gringos en cualquier caso, volviendo a casa dentro de una bolsa de plástico, bajo una bandera de rayas y estrellas; la derrota mayúscula, las grietas que empiezan a abrirse en el mayor imperio que recuerde la humanidad.
Hay que crear uno, dos, tres, dice.
Muchos.