sábado, 30 de abril de 2011

LAS MOSCAS LLEGAN AL PAPEL

Con ustedes, la tapa de Que de lejos parecen moscas, que aparecerá en julio de este año en España como parte de la colección Negra, Urbana y Canalla que coordina Carlos Salem.
Salud!

viernes, 29 de abril de 2011

UN FESTIVAL NEGRO CRIOLLO

Entre el 13 y el 15 de mayo en Mar del Plata se va a hacer el 1er Festival Azabache, de literatura negra y policial.
Ya están confirmados Leo Oyola y Guillermo Orsi, por nombrar dos amigos de este blog, entre otros.
Para más datos, pueden clickear sobre el logo, acá al lado.
Salud!

viernes, 22 de abril de 2011

UNA BALADA PARA JONI LEZCANO

Hace unos dìas, buscando la forma correcta de escribir el apellido de Joni (es Lezcano, con z) volví a encontrarme con la historia y los horrores de la historia. Y escribí esto -En un caballo blanco y con un tiro en el cuello- que la gente de Sigue Leyendo publica hoy.
Pasen y lean.
O lo pueden leer acá, con unas mínimas correcciones y título nuevo:

LA BALADA DEL PAYASO MUERTO
When there's no future
How can there be sin
(J. Rotten)
I
Me acuerdo que me enteré de su muerte por un mail de una ex compañera de trabajo, Eva Arias. Era septiembre de 2009.
En el mail Eva describía la sonrisa, la habilidad futbolera y yo pensé, hasta llegar al nombre, en otro pibito de los nuestros, más barrilete: Fede.
Pero, no. Joni. Y fue un baldazo.
Él era -como Leo- el que tenía que zafar, la gran esperanza de aquel equipo de operadores que -con tropiezos, torpezas y muchísimo entusiasmo- habíamos empezado a armar en el Instituto de Menores General San Martín en 2007, bajo la dirección de esa máquina de pensar y actuar que es –la también escritora- Raquel Robles.
Joni había llegado al San Martín después de matar a un narco de su barrio, la pesada Villa 20, de la zona sur de la Ciudad. Tenía 15 años y se entregó a los dos días. Pasó 10 meses guardado. En un autorretrato que hizo durante el taller de fotografìa que daba mi amiga Marina Lafuente se lo puede ver sonriente, la mirada color almendra fija en la cámara, entre el funyi negro y la roja nariz de payaso.
Para que se den una idea de quién era Joni les voy a contar una sola: en el San Martín habíamos armado una murga, se habían pasado un largo par de meses ensayando y Joni era el bombo principal. Pero le llegó la libertad, el egreso. ¿Se entiende? El pibe tenía 15 años, había pasado los últimos diez meses preso y llegó la orden del juez para que lo liberen. Pero la murga tocaba dos días después, en los festejos de fin de año y Joni decidió quedarse dos días más -encerrado- para no arruinarles la fiesta a sus amigos.
Cuando unos meses después, apareció la oportunidad inédita de, con permisos judiciales, sacar a los chicos del Instituto por un fin de semana y llevarlos a la playa, por lo que representaba para todos –para los que trabajábamos ahí, pero sobre todo para los otros chicos- se lo invitó. Joni fue el único pibe que, sin estar detenido, participó de ese viaje. Hay una foto, hermosa, en la que sonríe sobre un caballo blanco. II

Pasado un tiempo Joni empezó a tener algunos problemas: una recaída en su adicción al paco, los narcos del barrio que le querían cobrar la muerte de su socio; algunos ex compañeros de correrías que le recriminaban haberse ido a entregar; otra caída -en el Instituto Rocca, ahora- por robo; pero, sobre todo, múltiples problemas con la policía. Se dicen que lo perseguían, que lo hacían robar para ellos, que le cobraban para dejarlo estar.
En febrero de 2009 un policía de la comisaría de la zona, apodado el Indio, fue a advertir -amenazar- a Angélica, la madre de Joni: cuidelo señora, o le va a pasar algo. Si no se la damos nosotros se la van a dar los narcos.
Y a partir de ahí una escalada de violencia: una paliza al mes siguiente por dos policías de civil de la que lo rescataron, apenas, la madre y la tía; otra, dos semanas después. El 25 de abril Angélica presentó una denuncia por resguardo de persona en el juzgado de Menores Nro 5 de la Ciudad de Buenos Aires.
El 7 de julio el Indio, acompañado de otro policía de civil, le sacó unas fotos con un teléfono celular y le avisaron que no se les iba a escapar otra vez, que la próxima no se salvaría.
- Voy a ser tu sombra – amenazó el Indio. 24 hs después Joni estaba muerto. Una bala policial en el cuello.
Pero, como en las peores épocas de la Argentina, los asesinos uniformados no dieron la cara y con la complicidad del juez, abandonaron su cuerpo en la morgue judicial como NN.
La policía, mientras tanto, sembraba la confusión.
Cuenta Angélica: ellos mismos hacían correr rumores: que estaba en Ciudad Oculta o en la villa Zabaleta. Nos decían que estaba empacado o en algo con mucha guita y que nos quería resguardar de sus problemas. El subcomisario de la 52, José María Martínez, me llegó a decir que lo habían visto en la calle Pola, acá a la vuelta.
Junto con algunos vecinos, Angélica organizó marchas para pedir por la aparición de Joni y su primo (de 25 años), desaparecido el mismo día. En la primera de ellas, un policía le preguntó a una vecina para qué molestaban con marchas.
¿La madre todavía no vio el video?, terminó.
Y así siguieron las cosas más de 60 días, hasta que la insistencia de Angélica rompió el cerco y un empleado del juzgado que entendía en la causa, le avisó que su hijo era un cadáver NN.
Cuando lo fue a buscar le dijeron: ¿sabe lo que pasa, señora?, negritos de estos enterramos tantos sin que nadie los reclame.
Era 14 de septiembre, Joni estaba muerto desde el 8 de julio.
La versión oficial dice que Joni y su primo intentaron robarle la camioneta a Daniel Veyga y que, cuando descubrieron que era policía martillaron un arma para matarlo. El policía, en defensa propia, los mató a ambos.
Créase o no, eso dice la versión oficial.
Como lo importante era el robo del automotor y no la muerte de los pibes, el juez sobreseyó a Veyga sin investigar y cerró el caso. Así Joni y su primo fueron a la morgue sin identificar.
III
Hace unos días, en la marcha del 24 de marzo, vi una bandera de una organización barrial que lleva su nombre: Jonathan Lezcano, Kiki, para todos en la Villa 20; Joni, para los que lo conocimos en el San Martín, donde, a fin de año de 2009, las autoridades, los trabajadores y los chicos que estaban detenidos le hicieron un homenaje. Se invitó a la familia, se lo recordó, se puso su foto de a caballo en la tapa del primer número de la revista que hacen los chicos en el taller de periodismo. También se editó un video con imágenes del tiempo que pasó ahí y del viaje a la costa para Angélica.

IV
Pero el horror no termina.
Hay otro video. El video del que el policía le habló a la vecina durante aquella primera marcha. En el mismo se ve a Joni sentado frente al volante de la camioneta del agente Veyga, sangrando por el tiro del cuello y por una de sus orejas, haciendo un esfuerzo por respirar, la cabeza caída sobre el hombro. Y se oye que quien lo está filmando, mientras busca primeros planos de su agonía, le dice: a ver putito, hace arrancar la camioneta, la concha de tu madre.
Pocos segundos después le dice a alguien más que mejor llaman a una ambulancia, por las dudas.
Joni murió una hora y media después.
El agente Veyga, claro, sigue en libertad.
El horror no termina.
A mí me gusta pensar que escribo literatura del género negro. Pero la hija de mil putas de la realidad lo hace mejor. Mucho mejor.
Buenos Aires, 20 de abril de 2011

sábado, 16 de abril de 2011

LA SILLA

Nunca se era un escritor. Uno tenía que convertirse en escritor cada vez que se sentaba a la máquina. No era tan difícil una vez sentado frente a la máquina de escribir. A veces lo que era difícil era encontrar aquella silla y sentarse en ella. A veces uno no podía hacerlo.
Ch. Bukowski


Finalmente, en un rincón de mi pieza, me armé un refugio, un pupitre de escuela entre la biblioteca y la ventana, contra la pared.
Junto a la ventana, el bajo con el que hace una pila de años jugaba a ser Lemmy.
En la pared, de arriba a abajo, un afiche de AC-DC, otro de River y tres cuadritos pequeños: una foto de Hemingway y Fidel dándose la mano durante un torneo de pesca, en 1961; un Clemente dibujado de Caloi que dice Salud, Quique; la sobrecubierta de la primera edición de The Little Sister, by Raymond Chandler.
Contra la biblioteca: un muñeco de Ozzy, un destapador, un garabato hecho por Juana; y tres fotos: Juana a upa de mi mujer; Onetti y su biblioteca; Mika Etchebehere, capitana del POUM en la guerra civil española.
Sobre el pupitre mi compu; un portalápices de madera con un lápiz negro y un marcador; un sacapuntas; una botella de whisky casi vacía; un frasco de tinta negra; una lapicera a fuente.
Ah, frente a todo, una silla.

Kike
Buenos Aires, 15 de abril de 2011

miércoles, 13 de abril de 2011

SOBREVIVIR EL DÍA

Juan Mattio lee a Andrew Vachss

Mi amigo Juan armó un blog llamado Mesa de saldos, donde iremos cometando libros que se puedan conseguir en las librerías porteñas, de menos de 40 pesos.
La primera reseña es sobre Strega (bruja, en italiano) de Andrew Vachss, un libro excelente y durísimo, como los que suele escribir este fanático del blues y los perros de presa, que es -además de escritor de novelas y guionista de comics- abogado especialista en defensa de niños y que, como Juan mismo, trabajó en la dirección de un Instituto de Menores.
Comenzaba un nuevo día y mi único objetivo era sobrevivir a él, dice el protagonista de Strega. Juan nos advierte: ojo, debemos sobrevivir a este libro, también.
En fin, amigos, pasen y lean.
Salud!


Buenos Aires, 14 de abril de 2011

viernes, 8 de abril de 2011

DISPAREN SOBRE VIGNOLY

-o traduttore, traditore, una vez más-

Hacía muy poco de que había vuelto a Buenos Aires, después de casi cuatro años. Había tenido un día espléndido que no recuerdo muy bien, pero que –conociéndome- debió incluir sexo y bebida. Finalmente había ido a jugar al fútbol con mis amigos. Terminado el partido, sin bañarme ni nada, me tomé el subte rumbo a casa.
Tenía el cuerpo cansado y el corazón contento.
Me senté y apoyé la cabeza contra el vidrio de la ventanilla a medio abrir, a través de la que entraba el aire caliente que corre siempre en los subtes. A la estación siguiente subieron unos músicos: un percusionista con un cajón peruano, un bajista con un bajo de seis cuerdas y un acordeonista. Pinta de hippies, los tres. Uh -pensé- chamamé o una mierda de esas, tan bien que venía el día.
Pero el bajista dijo: vamos a hacer un poco de música ciudadana.
Explico para los que no son porteños: cuando alguien dice música ciudadana quiere decir Piazzolla; sino, se dice tango. Bue -pensé- a ver qué sale. Y cerré los ojos. El acordeonista (lo hacía sonar bastante como un bandoneón, por suerte) arrancó con Libertango.
Así es trampa -pensé- este tema no puede fallar. Entonces entró la percusión y, sobre el pucho, el bajista.
Wow. Una versión tremenda, que fue el cierre de oro para un día espléndido. La bandita se llamaba Un Vagón y les compré un CD que pasaron vendiendo.
Esto me gusta de estar en casa -recuerdo que pensé-, en Buenos Aires cualquier esquina es un teatro, cualquier tren es un escenario.
Otra de las cosas que me gusta de mi ciudad son las librerías. Sobre todo las de usados. Se dice, acá y allá, que en todo Brasil (que tiene casi 200 millones de habitantes) hay menos librerías que en Buenos Aires (donde somos 3 millones). No sé si el dato es real -y espero que no- pero lo que es cierto, es que casi imposible caminar quince cuadras en Buenos Aires sin encontrar una librería. Por ese milagro porteño hoy conseguí una primera edición de The Little Sister, de Chandler (publicado por Hoghton Mifflin Company, en 1949), por 30 pesos.
Sí, 7 dólares y medio.
Sí, 6 euros.
Bueno, lo empecé a leer y en el segundo capítulo encontré una sentencia que me intrigó saber cómo había resuelto el traductor: Just windows shopping, huh?
Al ser un modismo debe requerir un modismo, supuse.
Mirando vidrieras, ¿eh?, hubiera escrito yo; En fin. ¿Es que sólo ha venido a echar una ojeada al escaparate?, resolvió el traductor de la versión que tengo de La hermana pequeña.
El librito es el número 80 de la serie Novela Negra de Libro Amigo Bruguera y salió en 1983. Si te gusta el género, seguro tenés unos cuantos en tu casa. Son esos que tiene el nombre del autor -en blanco-y el título -en amarillo- en el medio de la tapa, sobre una foto y bajo un dibujo de un revolver que te apunta directo a la frente.
Como sea, la cuestión es que empecé a leer el segundo capítulo desde el principio.
Oh, oh.
Al margen del color local (como en la frase anterior) o las pésimas decisiones que tomó el traductor (De la parte cómica me encargo yo, le hace decir a Marlowe, cuando lo que Chandler escribió es I’ll make the gags, o sea Las bromas las voy a hacer yo), ¡La puta traducción no es tal cosa sino un resumen!
Veamos.
Escribió Chandler:
Five minutes later the buzzer sounded on the outer door of the half office I used foe a reception room. I heard the door close again. Then I didn’t heard anything more. The door between me and there was half open. I listened and decided somebody just Lockheed in at the wrong office and Leith whitout entering. Then there was a small knocking on wood. Them the kind of cough you use for the same porpouse. I got my feet off the desk, atood up and Lockeed out. There she was. She didn’t have to open her mouth for me to know who she was. And nobody ever looks less like Lady Macbeth.
Tratemos una traducción aproximada, pese a mi inglés de principiante:

Cinco minutos después sonó la campana que cuelga de la puerta de la mitad de la habitación que uso de recepción. Escuché que se volvía a cerrar la puerta. Después no oí más nada. La puerta entre la otra habitación y yo estaba medio abierta. Escuché y decidí que alguien que se había equivocado de oficina y se había ido sin entrar. Entonces hubo un suave golpe en la madera. Entonces la clase de tos que se usa para eso mismo. Bajé mis pies del escritorio, me paré y fui a ver quién era. Ahí estaba ella. Ni tuvo que abrir la boca para que yo supiera quién era. Y nadie nunca se pareció menos a Lady Macbeth.
O algo así.
Vamos ahora con la versión de Bruguera:
Cinco minutos después sonaba el timbre de la pequeña habitación que me sirve de sala de espera. Estaba con los pies arriba de la mesa, los bajé y fui a abrir. Estaba allí. Nadie podía parecerse menos a Lady Macbeth.
113 palabras en la versión de bueno de Ray, 118 en la mía, 40 en la del traductor.
Recordé entonces la cantidad de libros de esa colección que leí a lo largo de mi vida, todos esos relatos salvajes escritos en un cortante estilo hemigwayano. Pensé que La hermana pequeña había sido por todos estos años -junto con Playback- el punto más bajo de la saga de Marlowe para mí. Me di cuenta, entonces, que a la desventaja que siempre supone leer traducciones –traduttore, traditore, dicen los tanos- hay que sumarle acá la mala leche, la voluntad de ahorrar en páginas.
Volví entonces a mi biblioteca –que es un quilombo que no acomodo desde hace dos departamentos- pero como no hay orden alfabético ni nada, el único libro con el que logré dar de la misma la misma serie es uno de Pérez Merinero que, por supuesto, no está traducido. Encontré en cambio algunos otros (tres Macdonald, un Himes, un Goodis, un Hammett) de Bruguera Libro Amigo pero de otra colección, Literatura Policíaca. Como de Viernes Negro y El Halcón Maltés tengo ediciones en inglés, las cotejé. Están bien.
Así que nos quedamos sin saber si los afanes de recorte son política editorial o una decisión del traductor. Ni importa.
El tipo se llama Vignoly, Juan Vignoly.
Pregunto ahora a los amigos que viven en España: ¿Conoce alguno a Juan Vignoly?
Si es así, díganle que digo yo que se vaya a la puta madre que lo parió.

Buenos Aires, 9 de abril de 2011

lunes, 4 de abril de 2011

EL FILOSO ARTE DE NARRAR

Hace más de sesenta años, en su ensayo El simple arte de matar, Raymond Chandler señaló que los escritores de policial inglés tradicional -la llamada novela de enigma- con sus venenos tropicales y jarrones venecianos eran posiblemente los mejores escritores aburridos del mundo. Y mencionó al mejor de los escritores de la primera oleada del policial duro, hardboiled -lo que conocemos como género negro-, como el responsable de sacar al asesinato del jarrón veneciano y echarlo al callejón. Hammett devolvió el asesinato al tipo de gente que lo comete por razones reales y no sólo para proporcionar un cadáver al escritor, escribió entonces.
Mucha agua -y mucha sangre- pasó bajo el puente. Después de aquel primer puñado de escritores que publicaban en Black Mask y en la Serie Noir de Gallimard, hubo más y se fueron poniendo, como los tiempos, más brutales, más duros, más salvajes: Chester Himmes, Jim Thompson, José Giovanni, David Goodis, luego James Ellroy y Andrew Vachss.
Pero de alguna manera las cosas volvieron a ponerse pretenciosas, artificiales y artificiosas, como si el fin de la historia del neoliberalismo hubiese requerido una literatura aséptica, que no nombrara demasiado. Una novela policial que volviera a ser sólo entretenimiento y juegos de enigma.
Sin embargo, como pasa siempre, el discurso hegemónico presenta grietas. Leamos, de una entrevista publicada ayer en La Vanguardia, de España:
Hay un problema en la novela actual, sobre todo en la novela negra. Hay policías a los que les gusta la ópera y el jazz, detectives que adoran la alta cocina y disfrutan con la lectura de Ciorán. ¡Una puta mierda! Las palabras que usamos son esas: “puta-mierda”. Las drogas que tomamos se llaman cocaína y éxtasis. Y el alcohol que bebemos es malo. Todo eso no está en las novelas porque los autores se niegan a decirlo. Y el lenguaje refleja una manera de pensar. Y hay una determinada manera de pensar que es la que lleva a escribir sobre policías que escuchan ópera y leen a Fernando Savater. Un policía ni lee a Savater ni oye ópera. ¡Porque no sería policía, sería un filósofo, o un catedrático de ética en Deusto!
Quien dice esto es Cristina Fallarás, una de las voces de la novela negra hispanoamericana -heredera de los anteriormente nombrados, pero además y sobre todo del neopolicial que fundaron hace treinta años Manuel Vázquez Montalbán, Paco Ignacio Taibo II y Daniel Chavarría, entre otros- que está tratando de devolver el crimen -pero también sus palabras- a las calles a las que pertenecen.
Cuando yo digo ‘los bancos, cerilla’, sé lo que quiero decir, dice Fallarás.
Y dice también: Yo uso el lenguaje que usa la gente que describo. Y no sólo eso. Como narradora, uso un lenguaje que resulte navaja, que corte el aire. Y no está sola en eso. Por acá y por allá, desde distintas generaciones, miradas y ciudades, hay una banda de escritores-forajidos (agrupados centralmente en la Semana Negra de Gijón) como Carlos Salem, Leonardo Padura, Guillermo Orsi, Ernesto Mallo, Sebastién Rutés, Leo Oyola, Pedro de Paz, Gabriela Cabezón, Raúl Argemí, Rolo Diez, Miguel Molfino -más algunos otros que seguramente me olvido- que afilan sus navajas para narrar viejas y nuevas brutalidades y cortar el aire de este entramado social putrefacto.

Buenos Aires, 4 de abril de 2011