lunes, 4 de abril de 2011

EL FILOSO ARTE DE NARRAR

Hace más de sesenta años, en su ensayo El simple arte de matar, Raymond Chandler señaló que los escritores de policial inglés tradicional -la llamada novela de enigma- con sus venenos tropicales y jarrones venecianos eran posiblemente los mejores escritores aburridos del mundo. Y mencionó al mejor de los escritores de la primera oleada del policial duro, hardboiled -lo que conocemos como género negro-, como el responsable de sacar al asesinato del jarrón veneciano y echarlo al callejón. Hammett devolvió el asesinato al tipo de gente que lo comete por razones reales y no sólo para proporcionar un cadáver al escritor, escribió entonces.
Mucha agua -y mucha sangre- pasó bajo el puente. Después de aquel primer puñado de escritores que publicaban en Black Mask y en la Serie Noir de Gallimard, hubo más y se fueron poniendo, como los tiempos, más brutales, más duros, más salvajes: Chester Himmes, Jim Thompson, José Giovanni, David Goodis, luego James Ellroy y Andrew Vachss.
Pero de alguna manera las cosas volvieron a ponerse pretenciosas, artificiales y artificiosas, como si el fin de la historia del neoliberalismo hubiese requerido una literatura aséptica, que no nombrara demasiado. Una novela policial que volviera a ser sólo entretenimiento y juegos de enigma.
Sin embargo, como pasa siempre, el discurso hegemónico presenta grietas. Leamos, de una entrevista publicada ayer en La Vanguardia, de España:
Hay un problema en la novela actual, sobre todo en la novela negra. Hay policías a los que les gusta la ópera y el jazz, detectives que adoran la alta cocina y disfrutan con la lectura de Ciorán. ¡Una puta mierda! Las palabras que usamos son esas: “puta-mierda”. Las drogas que tomamos se llaman cocaína y éxtasis. Y el alcohol que bebemos es malo. Todo eso no está en las novelas porque los autores se niegan a decirlo. Y el lenguaje refleja una manera de pensar. Y hay una determinada manera de pensar que es la que lleva a escribir sobre policías que escuchan ópera y leen a Fernando Savater. Un policía ni lee a Savater ni oye ópera. ¡Porque no sería policía, sería un filósofo, o un catedrático de ética en Deusto!
Quien dice esto es Cristina Fallarás, una de las voces de la novela negra hispanoamericana -heredera de los anteriormente nombrados, pero además y sobre todo del neopolicial que fundaron hace treinta años Manuel Vázquez Montalbán, Paco Ignacio Taibo II y Daniel Chavarría, entre otros- que está tratando de devolver el crimen -pero también sus palabras- a las calles a las que pertenecen.
Cuando yo digo ‘los bancos, cerilla’, sé lo que quiero decir, dice Fallarás.
Y dice también: Yo uso el lenguaje que usa la gente que describo. Y no sólo eso. Como narradora, uso un lenguaje que resulte navaja, que corte el aire. Y no está sola en eso. Por acá y por allá, desde distintas generaciones, miradas y ciudades, hay una banda de escritores-forajidos (agrupados centralmente en la Semana Negra de Gijón) como Carlos Salem, Leonardo Padura, Guillermo Orsi, Ernesto Mallo, Sebastién Rutés, Leo Oyola, Pedro de Paz, Gabriela Cabezón, Raúl Argemí, Rolo Diez, Miguel Molfino -más algunos otros que seguramente me olvido- que afilan sus navajas para narrar viejas y nuevas brutalidades y cortar el aire de este entramado social putrefacto.

Buenos Aires, 4 de abril de 2011

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